domingo, 16 de diciembre de 2018

Sermón Misionero: Fin del Hombre


Fin del Hombre[1]

Quisiera comenzar con una historia: Salgo un día de la parroquia y me encuentro en la calle un hombre de avanzada edad. El anciano camina dubitativo, como perdido, mira desconcertado los números de las casas, busca el nombre de las calles, y cuánto más busca, más se angustia. Me acerco y le pregunto: “Abuelo, ¿lo puedo ayudar? ¿qué está buscando?” Me responde: “no lo sé.” Le vuelvo a preguntar: “Abuelo, ¿A dónde quiere ir usted?” Me responde impaciente: “¡no lo sé!” Abuelo: “¿de dónde viene usted?” Me dice con cierta desesperación: “¡Tampoco lo sé!” Gracias a Dios, a media cuadra tenemos la policía, así que llevo al abuelito a la policía, y allí logran identificarlo. Inmediatamente llaman a los familiares, y ellos, aliviados con la noticia que se encontró el abuelo que estaba perdido, llegan pocos minutos después. El abuelo vivía a pocas cuadras de la parroquia. Esta historia inventada tiene un final feliz. Pero hay otras historias que son reales, y con un drama aún mayor, puesto que se trata de la pérdida del sentido de la vida, las cuales, muchas veces no tienen final feliz, ya que hay pocos o nadie que guía a los extraviados a encontrar el rumbo de la vida.

La vida es como un viaje, y todo viaje está determinado por el rumbo. En terminal de ómnibus hay muchos micros estacionados. Pero no da lo mismo subirse a cualquiera, unos van al norte, otros van al sur, otros van al oeste. Algunos van más rápido, por la autopista, otros más despacio, los micros lecheros. Subirse desesperadamente a cualquier micro puede ser la causa de que pierda el que verdaderamente me llevaba a mi destino. Por tanto, en un viaje, el rumbo marca todas las otras decisiones. En el viaje de nuestra vida, el fin que yo persigo es lo que marca todo lo que rechazo o elijo, y responde a las preguntas: “¿Cuál es el sentido de vida? ¿Cuál es la razón última de todas mis decisiones?” En definitiva, lo que se llama “el fin del hombre”, y éste es el tema de nuestra predicación. Conocemos algunas respuestas a esta pregunta: algunos tienen como ideal pasarla bien; otros acumular poder; otros acumular saber…Algunos no se limitan a un rubro, sino que son como migrantes espirituales de experiencias pasajeras: pasan del mundo del alcohol, al mundo de la droga; del mundo del deporte, al mundo de la fama; del mundo del espectáculo, al mundo de la política; entre tanto, cruzan una y otra vez fronteras espirituales donde reciben más daño que bienes, mendigos de todos los continentes, que no encuentran casa en ninguno de ellos. Estos “migrantes espirituales”, son más dignos de lástima que los migrantes materiales, con todo lo terrible que es aquella otra realidad. Pues son gente que vive en un continuo descontento existencial. Y es por eso que estos jóvenes de nuestra parroquia han sacrificado parte de sus vacaciones para ir hasta esas “fronteras” donde hay muchos que han perdido el rumbo de la vida ¿Cómo ayudar a una persona a recuperar el sentido de la vida? Para esto, es necesario recordarle tres cosas:

1. El punto de partida: ¿de dónde viene?
2. El punto de llegada: ¿hacia dónde va?
3. El camino que se debe recorrer: ¿cómo llegar hasta allí?

1º punto: Comencemos con el punto de partida. Hay cosas que nos definen más que otras. Generalmente, las cosas más esenciales que definen nuestra vida son cosas que nosotros no hemos elegido, sino que recibimos como don. Ninguno de nosotros eligió ser, ninguno eligió ser humano. Otro eligió a favor mío, y ese otro es Dios. Como Él nos dice por el profeta Jeremías: “antes de haberte formado yo en el vientre, te conocía; antes que nacieses, te había consagrado yo profeta; te tenía destinado a las naciones” (Jer 1:5). Debemos tomar en serio esta verdad. Mi vida procede de Dios, yo dependo de Dios. Querer llevar adelante un proyecto de vida sin tener en cuenta esto, es como querer construir una casa sin fundamentos: tarde o temprano se desmorona. Un famoso siquiatra austríaco llamado Víctor Frankl (1905-1997) escribió: “El que no cree en Dios, es capaz de creer en cualquier cosa. Los clientes de los siquiatras no sufren hoy tanto de complejos de inferioridad o de otros complejos, sino, sobre todo, de falta de sentido de la vida, tienen un vacío existencial profundo. Las personas que se alejan de Dios y de la religión, buscan con particular ahínco el placer y las diversiones, porque su vida ha quedado vacía y sin sentido.”[2] Por tanto, primera verdad, vengo de Dios.

2º punto: El puerto de término. ¿Hacia dónde voy? ¡El término de mi vida también es Dios! Es lo que enseña San Ignacio: “El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma.” Y antes que él lo decía el gran San Agustín en una frase que se hizo famosa: “Nos creaste, Señor, para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.” Observamos en el mundo que nos rodea, que las creaturas se mueven buscando alcanzar una perfección, y una vez que alcanzan aquello que las perfecciona, reposan.  Lo vemos esto particularmente en los animales, que mientras quieren obtener algo están muy activos, pero cuando ya lo obtuvieron, simplemente descansan. Pero el hombre no obtiene un descanso total en ninguna cosa de este mundo, todo lo contrario, cuanto más quiere poner su descanso en una cosa, más se estresa. Y es que el hombre ha sido creado para Dios, y mientras no oriente todas sus actividades hacia el Creador, no podrá encontrar reposo. Pensemos en un río. Si le quitan las riberas, que controlan su cauce, destruirá todo lo que encuentre a su paso y terminará en pantano sin llegar jamás a la meta. Y, en vez de ser útil, se convertirá en destructor. Eso les pasa a muchos hombres que, al perder el control de su vida y suprimir todas las barreras, se hacen inútiles y destructores para los demás por su egoísmo y violencia. Nunca llegarán a la meta, que es Dios.” (P. Ángel Peña)

3º punto: Tengo los dos puntos que necesitaba, el punto de salida, y el punto de arribo de mi vida. Ahora bien, ¿por dónde he de enderezar mi vida para llegar a buen término? ¿Cuál es el cauce por el que debo andar? ¿Cuál es el camino? Para llegar a buen término, el camino que es la voluntad de Dios, puesto mientras cuando cumplo la voluntad de Dios me acerco a Él.  Todo el trabajo de la vida consiste en esto: en trabajar por conocer la voluntad concreta de Dios sobre mi vida y en ponerla en práctica. Y para que esta voluntad no sea algo teórico o abstracto Dios mismo se encarnó, se hizo camino, para que yo tenga la claridad y la fuerza necesaria para ir hasta Él. Como decía San Agustín: “Cristo te conduce a Él mismo…No te diré, por tanto: "busca el camino". El camino mismo es quien viene a ti. ¡Levántate anda! Anda con la conducta, no con los pies. (Serm. 141, 4) Nuestro Camino quiere caminantes. A tres clases de hombres aborrece: al que está quieto, al que retrocede, al que anda fuera de Él.” (Serm. 141, 4, 4). Y Santo Tomás completa esta idea diciendo: “es mejor caer en el camino que correr fuera de él. Porque quien cae en el camino, por poco que avance, algo se acerca a la meta; pero quien en cambio anda fuera de él, cuanto más corra, más se aleja del término” (Com. Evang. S. Juan, 14). ¡Qué dolor siente Jesús cuando despreciamos su guía segura y su amable compañía! Por eso, al final estar reflexiones sobre el fin del hombre, meditemos en silencio las sentidas palabras que un artista puso sobre un crucifijo flamenco del año 1632:

Yo soy la luz, y no me miráis.
Yo soy el camino, y no me seguís.
Yo soy la verdad, y no me creéis.
Yo soy la vida, y no me buscáis.
Yo soy el Señor, y no me obedecéis.
Yo soy vuestro Dios, y no me rezáis.
Yo soy vuestro mejor amigo, y no me amáis.
Si no sois felices...no me culpéis.

Padre Santiago Vidal, IVE

[1] Basado en el escrito “el rumbo de la vida” de S. Alberto Hurtado.
[2] Víctor Frankl, Ante el vacío existencial, Ed. Herder, Barcelona, 1990, p. 18. Citado en P. Ángel Peña, Vale la pena vivir, p. 8.

viernes, 14 de diciembre de 2018

Sermón Mandato Misionero


Queridos Jóvenes; hoy comenzamos la misión. Realizaremos en esta santa misa lo que se conoce como “mandato misionero”.
Mañana iremos a trabajar pastoralmente al Oratorio, y el sábado comenzaremos a trabajar pastoralmente en esta parroquia.
¿Por qué misionar? ¿Para qué misionar?
Si queremos darle sentido a todo lo que vamos a hacer estos días, de lo primero que tenemos que estar convencidos es que la felicidad está en la unión con Dios.
¿Cómo podemos convencernos que la felicidad está en la unión con Dios? Viendo lo tristes que estamos cuando estamos solos. Es verdad que podemos evadirnos de la realidad y olvidar que estamos solos… pero eso en el fondo no soluciona la tristeza de la soledad.
Podemos darnos cuenta de lo triste que es la soledad cuando nos imaginamos con bienes, pero solos… Imaginen por ejemplo un viaje hermoso, pero solo. Una super cena, pero solo. En cambio, cuando uno está con un amigo, con una persona a la cual quiere… en el fondo no hay nada que no se pueda superar.
¡Imagínense si ese amigo es Jesús! Si uno siente un apoyo y una paz con un amigo, cuando uno le cuenta lo que siente, lo que sufre… imagínense lo que debe ser tener a Jesús como amigo al lado nuestro.
Si no hay felicidad más grande que tener a Jesús como amigo, no hay tristeza más grande que perderlo, lo cual se hace con el pecado.
Esa alegría y esa tristeza hay que descubrirla… Debemos descubrirla nosotros y debemos ayudar a descubrirla a los demás.
Lo segundo que debemos reconocer para darle sentido a esta misión es que la alegría es contagiosa. Así como la tristeza contagia (ejemplo de lo contagioso del suicidio), así la alegría contagia.
Quiero ponerles un ejemplo:
Jesús dice que nosotros con Él; o Él con nosotros, somos como la vid y los sarmientos.
Nosotros somos los sarmientos que vivimos de la vid. Pero el sarmiento, si vive de la vid, da fruto. No podemos vivir de la vid y no dar frutos. Seríamos como un hijo que lo único que hace es comer y dormir. ¡Hay que trabajar! Lo mismo pasa en la Iglesia.
Tenemos la alegría de estar unidos a la Iglesia, debemos trabajar por la Iglesia.
“¿Padre, pero a mí todavía me falta crecer en esa felicidad en la unión con Cristo?”
A todos nos falta.
Es verdad que es necesario gozar de esa unión con Jesús para disponerse a contagiarla; pero no es necesario esperar a ser santos para empezar a misionar. El crecimiento interior y la misión son como las dos piernas sobre las cuales vamos caminando. Se van dando pequeños pasos…
Por todo esto nosotros los invitamos a ser misioneros. Les confieso que no los invitamos solo a esta misión. Les confieso que los padres y las hermanas tenemos un sueño, algo que nos llenaría enormemente de alegría. Que ustedes se hagan misioneros. Lloraríamos de alegría.
Queremos invitarlos a la misión porque los queremos mucho y sabemos que es el camino para la santidad.
Queremos invitarlos a la misión porque necesitamos ayuda. Tenemos que dar mucho fruto más que el que damos…
Queremos invitarlos a la misión porque los años pasan y dentro de poco ya no estaremos nosotros; y cuando nosotros no estemos, ustedes estarán en la plenitud de la vida; cuando nosotros nos vayamos, ustedes estarán gobernando el mundo. Tenemos que dejar a alguien nuestro testimonio…
Queridos jóvenes: quiero advertirles que la misión es sacrificio.
San Pablo la describe así:
“Ahora me alegro por los padecimientos que soporto por vosotros, y completo en mi carne lo que falta a las tribulaciones de Cristo, en favor de su Cuerpo, que es la Iglesia” (Col 1, 24).
¿Qué quiere decir esto?
Que Jesús murió por todos, pero su muerte es infecunda en la persona si esa persona no la aprovecha. Nosotros tenemos que hacer el sacrificio para que esa persona reciba a Jesús.
La misión es sacrificio.
¿En qué consiste el sacrificio del misionero?
Pobreza, cansancio, incomodidades… Pero el mayor de los sacrificios es el desprecio y la indiferencia que uno recibe de muchos.
Ante este desprecio del mundo no hay que engañarse… Deja muchos frutos la misión por más que uno no lo vea. Mañana les voy a contar una historia sobre esto… me tienen que hacer recordar.
Lo segundo: sepan que todos los hombres buscan sin saberlo la alegría que nosotros poseemos. No hay que achicarse. Con humildad hay que saberse poseedor de la alegría que todos buscan.
Finalmente les quiero contar que la misión trae alegrías enormes. Así como la mamá cuando da a luz sufre, pero una vez que tiene al bebé en sus brazos el gozo es indecible; así la misión da las alegrías más grandes que una persona puede experimentar en el trato con las otras personas.
Fíjense la alegría que trae la misión:
Cuando Jesús mandó a los discípulos a misionar, estos volvieron felices!!!!
Lucas 10
1 Después de esto, designó el Señor a otros 72, y los envió de dos en dos delante de sí, a todas las ciudades y sitios a donde él había de ir.
2 Y les dijo: «La mies es mucha, y los obreros pocos. Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies.
3 Id; mirad que os envío como corderos en medio de lobos.
16 «Quien a vosotros os escucha, a mí me escucha; y quien a vosotros os rechaza, a mí me rechaza; y quien me rechaza a mí, rechaza al que me ha enviado.»
17 Regresaron los 72 alegres, diciendo: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.»
18 El les dijo: «Yo veía a Satanás caer del cielo como un rayo.
20 pero no os alegréis de que los espíritus se os sometan; alegraos de que vuestros nombres estén escritos en los cielos.»
Yo les puedo asegurar que cuando estemos delante de Jesús en el juicio final y recordemos con Él estos días de misión, Él nos sonreirá, y su sonrisa traerá paz y confianza a nuestras almas.
Pidamos a la Virgen nos ayude a ser fieles misioneros. 
Padre Pablo Rossi, IVE

jueves, 6 de diciembre de 2018

Construir la casa sobre rocas

Evangelio según San Mateo 7,21.24-27.
Jesús dijo a sus discípulos:
"No son los que me dicen: 'Señor, Señor', los que entrarán en el Reino de los Cielos, sino los que cumplen la voluntad de mi Padre que está en el cielo.
Así, todo el que escucha las palabras que acabo de decir y las pone en práctica, puede compararse a un hombre sensato que edificó su casa sobre roca.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa; pero esta no se derrumbó porque estaba construida sobre roca.
Al contrario, el que escucha mis palabras y no las practica, puede compararse a un hombre insensato, que edificó su casa sobre arena.
Cayeron las lluvias, se precipitaron los torrentes, soplaron los vientos y sacudieron la casa: esta se derrumbó, y su ruina fue grande".

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Jesús nos dice en el Evangelio de hoy que debemos poner por obra lo que escuchamos.
La primera interpretación que viene a la mente es que si no ponemos por obra lo que escuchamos, nuestra fe, nuestro cristianismo, vale poco. Es un cristianismo sólo intelectual, que queda en las palabras, veleidoso, pero no real y concreto. Es sólo doctrina abstracta, pero sin caridad vivida.
Pero después Jesús pone un ejemplo que nos hace profundizar más la interpretación propuesta...
Jesús dice que el que pone en práctica la palabra, es como una casa fuerte que resiste todas las pruebas de la vida; y el que no pone en práctica la palabra, es como una casa construida sobre arena, que ante la prueba se derrumba.
¿Qué es lo que está construido sin las obras, es decir sobre arena, y se derrumba ante las pruebas? Es esa doctrina abstracta.
Por eso, el que no pone en obra la Palabra, ante la prueba no sólo pierde las obras, sino la misma palabra, la misma doctrina. Su doctrina se derrumba.
El que no práctica la caridad que la doctrina exige, pierde también la doctrina y la termina cambiando. Es el conocido dicho: el que no obra como piensa, termina pensando como obra, y su doctrina (su casa) se derrumba.
En este contexto de Adviento debemos decir que si bien la penitencia y conversión que se pide es principalmente interior, si no se transmite a lo exterior, corre el riesgo de ser solo palabras que se lleva el viento, casa que se derrumba, con el riesgo de licuar el significado de lo que es una verdadera conversión.
Es necesario, por tanto, que las obras de penitencia y caridad sean exteriores y manifiestas, para que nuestra conversión sea sólida como una casa construida sobre la roca.
Que la Virgen nos conceda esta gracia.
Padre Pablo Rossi, IVE