lunes, 4 de noviembre de 2019

Dar a los pobres

De San Gregorio Nacianceno (330-390)

"Dios, emocionado por el gran desamparo del hombre, le dio la Ley y los profetas, después de haberle dado la ley no escrita de la naturaleza (cf Rm 1,26); finalmente, él mismo se entregó para la vida del mundo. Nos entregó a los apóstoles, evangelistas, doctores, pastores, curaciones, prodigios. Nos devolvió a la vida, destruyó a la muerte, triunfó sobre el que nos había vencido, nos dio la Alianza prefigurativa, la Alianza de verdad, los carismas del Espíritu Santo, el misterio de la salvación nueva...
"Dios nos colma de bienes espirituales, si queremos recibirlos: no vaciles en ayudar a los que lo necesitan. Da sobre todo al que te pide, y hasta antes de que te pida, dando incansablemente limosna de la doctrina espiritual... A falta de estos dones, proponle por lo menos servicios más modestos: dale de comer, ofrécele viejos vestidos, abastécele de medicinas, venda sus heridas, pregúntale por sus dificultades, enséñale la paciencia. Acércate sin temor. Ningún peligro te hará daño ni te contagiarás de sus enfermedades... Apóyate en la fe; que la caridad triunfe ante tus reticencias... No engañes a tus hermanos, no permanezcas sordo a sus llamadas, no los evites. Sois miembros de un mismo cuerpo (1Co 12,12s), aunque esté quebrantado por la maldad; igual que a Dios, 'a ti se encomienda el pobre' (Sal. 9,35 Vulg)".

Cita San Gregorio el salmo 9: "Tú (Dios) ves las penas y los trabajos, tú miras y los tomas en tus manos. A ti se encomienda el pobre, tú socorres al huérfano". Eso mismo, dice San Gregorio, debe aplicarse a nosotros.

Nuestras obras se deben parecer lo más posible a las de Dios, a las de Jesús, a las de la Virgen.
Ellos tienen un amor universal, y dan sin esperar nada a cambio. Así nosotros tenemos que tener un amor universal y dar sin esperar nada a cambio.
Debemos evitar esas amistades particulares, que nos separan del amor universal y nos llevan a buscar consuelos egoístas.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Rezar por los difuntos difuntos. Tomado del "Credo Comentado" de Santo Tomás de Aquino.


Por cuatro razones descendió Cristo con su alma a los infiernos.
La primera fue soportar toda la pena del pecado, para expiar así toda la culpa.
La segunda fue el socorrer perfectamente a todos sus amigos. En efecto, El tenía amigos no sólo en el mundo sino también en los infiernos.
La tercera razón fue el triunfar perfectamente sobre el diablo.
La cuarta y última razón era librar a los santos que estaban en los infiernos.


De todo esto podemos recibir para nuestra instrucción cuatro cosas.
En primer lugar, una firme esperanza en Dios.
En segundo lugar, debemos concebir el temor (de Dios) y apartar la presunción. Porque aun cuando Cristo haya padecido por los pecadores y descendido a los infiernos, sin embargo no liberó a todos, sino tan sólo a los que estaban sin pecado mortal.
En tercer lugar, debemos estar alertas. Precisamente porque Cristo descendió a los infiernos por nuestra salvación, nosotros debemos preocuparnos por descender allí frecuentemente considerando ciertamente las penas aquellas.
En cuarto lugar, de esto resulta para nosotros un ejemplo de amor. En efecto, Cristo bajó a los infiernos para liberar a los suyos, y por lo tanto nosotros debemos descender allí (en espíritu) para ayudar a los nuestros. Pues ellos nada pueden, por lo cual debemos ayudar a los que están en el purgatorio. Demasiado cruel sería quien no ayudara a un ser querido que estuviese en una cárcel terrena. Así es que no habiendo ninguna comparación de las penas de este mundo con aquéllas, mucho más cruel es el que no le ayuda al amigo que está en el purgatorio.
Como dice San Agustín, se les ayuda principalmente de tres maneras, a saber, con misas, con oraciones y con limosnas. San Gregorio agrega una cuarta manera: el ayuno. Ni hay de qué admirarse, porque aun en este mundo, el amigo puede satisfacer por el amigo.