martes, 31 de diciembre de 2019

María Madre de Dios

La fiesta mariana más antigua que se conoce en Occidente es la de "María, Madre de Dios". Ya en las Catacumbas que están cavadas debajo de la ciudad de Roma y donde se reunían los primeros cristianos para celebrar la Misa hay pinturas con este nombre: "María, Madre de Dios".
La Iglesia presenta a nuestra consideración la figura de la Santísima Virgen como Madre de Dios. Maternidad divina que es la causa de todos los títulos y grandezas de María: es Inmaculada, llena de gracia, corredentora, asunta y reina de cielos y tierra, por ser Madre de Dios.
Por consiguiente: La maternidad divina constituye el primer principio básico y fundamental de toda la mariología.
Cerca del año 430 el hereje Nestorio se atrevió a decir que María no era Madre de Dios. Nestorio decía que no debemos hacer como los paganos que dicen que los dioses tienen madre. El erróneo argumento del hereje Nestorio era el siguiente: Jesús es Dios desde toda la eternidad. En el tiempo nació solamente como hombre, no como Dios. Por consiguiente María es madre de la humanidad de Jesús y no de la divinidad de Jesús. No se puede decir que María sea madre de Dios, sino solamente madre del hombre.
La respuesta que se le debe dar a este argumento herético es el siguiente: La maternidad y la filiación son relaciones que se dan entre las personas, no entre partes de las personas. Así por ejemplo, la madre es madre de todo el hijo y no solamente del cuerpo, si bien ella aporta el cuerpo y el alma es infundida por Dios. Por eso, María es madre de Jesús, y es ridículo decir que es madre de una parte de Jesús. María es Madre de Jesús, Jesús es Dios, María es entonces madre de Dios.
Santo Tomás aclara: es Madre de Dios no porque sea madre de la Divinidad sino porque es Madre según la humanidad de una persona que es Dios y hombre.
Cuando aparece la herejía de Nestorio se reunieron en concilio unos 200 obispos en Éfeso (la ciudad donde la Santísima Virgen pasó sus últimos años) e iluminados por el Espíritu Santo declararon: "La Virgen María sí es Madre de Dios porque su Hijo, Cristo, es Dios". Y acompañados por todo el gentío de la ciudad que los rodeaba portando antorchas encendidas, hicieron una gran procesión cantando: "Santa María, Madre de Dios, ruega por nosotros pecadores ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén".
Pero la Virgen no es solo madre de Dios, es también madre nuestra.
Varios argumentos podemos dar:
Al ser madre de Cristo y el estar nosotros unidos a Cristo como los miembros a la cabeza, es también madre nuestra.
Es Madre de Cristo Cabeza, al cual nosotros estamos incorporados (en cuanto Redentor). Así la Virgen Santísima al engendrar física y naturalmente a Cristo, engendraba espiritual y sobrenaturalemnte a todos los cristianos como miembros místicos de Cristo. Entonces María es Madre del Cristo total: aunque diversamente, físicamente de la Cabeza, espiritualmente de los miembros.
Es Madre nuestra por ser Corredentora. Así León XIII: “La Virgen Santísima, así como es Madre de Jesucristo, así también lo es de todos los cristianos, en cuanto los engendró en el monte Calvario en medio de los supremos tormentos del Redentor. Y esto fue proclamando solemnemente desde la Cruz (Jn 19, 26-27)”.
Finalmente podemos decir que es madre nuestra porque nos adoptó explícitamente en el Calvario.
Pablo VI decía: “Ella continúa ahora desde el cielo cumpliendo su función maternal de cooperadora en el nacimiento y en el desarrollo de la vida divina en cada una de las almas de los hombres redimidos”.
El hecho de que María sea madre de Dios y madre nuestra nos une muy especialmente a Dios y nos da una enorme seguridad en su intercesión.
Quien nos dio a su Madre santísima como madre nuestra, en la cruz al decir al discípulo que nos representaba a nosotros: "He ahí a tu madre", ¿será capaz de negarnos algún favor si se lo pedimos en nombre de la Madre Santísima?
¿Puede alguno de ustedes negar algo a su madre cuando la ve sufrir? Pues aunque alguien niegue algo a su madre, Jesús no se lo negará jamás.
Al saber que nuestra Madre Celestial es también Madre de Dios, sentimos brotar en nuestro corazón una gran confianza hacia Ella.
Del hecho de que María sea Madre de Dios y Madre nuestra deducimos tres cosas:
1. María no nos negará nada que sirva para nuestro bien y que nos animemos a pedirle. Ya decía Aristóteles, hace miles de años: “Si queremos saber que es el amor debemos estudiar a las madres, porque son las que más aman”. Esto nos muestra que las madres tienen esa fuerte tendencia natural a amar a sus hijos. Si toda madre tiene esa tendencia a amar a sus hijos, cuanto más la Virgen María, que siendo nuestra madre es la más santa de todas las criaturas.
2. Siendo Jesús hijo de María no le negará a María nada de lo que ella le pida. ¿Cómo negarle algo a su madre que fue capaz de sufrir con Él y acompañarlo en la cruz? Jesús se recordará a su madre, llorando a los pies de la cruz y no le negará nada.
3. Jesús no nos negará nada que se lo pidamos por María, y estará más contento si le pedimos algo a través de María que si se lo pedimos directamente, de la misma manera que un buen hijo se pone más contento cuando alaban a su madre que cuando lo alaban a él mismo.
Sepamos rezarle a la Virgen y tenerla siempre como intercesora. El tener una auténtica devoción a la Virgen es indicio de salvación eterna.

Padre Pablo Rossi, IVE

lunes, 4 de noviembre de 2019

Dar a los pobres

De San Gregorio Nacianceno (330-390)

"Dios, emocionado por el gran desamparo del hombre, le dio la Ley y los profetas, después de haberle dado la ley no escrita de la naturaleza (cf Rm 1,26); finalmente, él mismo se entregó para la vida del mundo. Nos entregó a los apóstoles, evangelistas, doctores, pastores, curaciones, prodigios. Nos devolvió a la vida, destruyó a la muerte, triunfó sobre el que nos había vencido, nos dio la Alianza prefigurativa, la Alianza de verdad, los carismas del Espíritu Santo, el misterio de la salvación nueva...
"Dios nos colma de bienes espirituales, si queremos recibirlos: no vaciles en ayudar a los que lo necesitan. Da sobre todo al que te pide, y hasta antes de que te pida, dando incansablemente limosna de la doctrina espiritual... A falta de estos dones, proponle por lo menos servicios más modestos: dale de comer, ofrécele viejos vestidos, abastécele de medicinas, venda sus heridas, pregúntale por sus dificultades, enséñale la paciencia. Acércate sin temor. Ningún peligro te hará daño ni te contagiarás de sus enfermedades... Apóyate en la fe; que la caridad triunfe ante tus reticencias... No engañes a tus hermanos, no permanezcas sordo a sus llamadas, no los evites. Sois miembros de un mismo cuerpo (1Co 12,12s), aunque esté quebrantado por la maldad; igual que a Dios, 'a ti se encomienda el pobre' (Sal. 9,35 Vulg)".

Cita San Gregorio el salmo 9: "Tú (Dios) ves las penas y los trabajos, tú miras y los tomas en tus manos. A ti se encomienda el pobre, tú socorres al huérfano". Eso mismo, dice San Gregorio, debe aplicarse a nosotros.

Nuestras obras se deben parecer lo más posible a las de Dios, a las de Jesús, a las de la Virgen.
Ellos tienen un amor universal, y dan sin esperar nada a cambio. Así nosotros tenemos que tener un amor universal y dar sin esperar nada a cambio.
Debemos evitar esas amistades particulares, que nos separan del amor universal y nos llevan a buscar consuelos egoístas.

sábado, 2 de noviembre de 2019

Rezar por los difuntos difuntos. Tomado del "Credo Comentado" de Santo Tomás de Aquino.


Por cuatro razones descendió Cristo con su alma a los infiernos.
La primera fue soportar toda la pena del pecado, para expiar así toda la culpa.
La segunda fue el socorrer perfectamente a todos sus amigos. En efecto, El tenía amigos no sólo en el mundo sino también en los infiernos.
La tercera razón fue el triunfar perfectamente sobre el diablo.
La cuarta y última razón era librar a los santos que estaban en los infiernos.


De todo esto podemos recibir para nuestra instrucción cuatro cosas.
En primer lugar, una firme esperanza en Dios.
En segundo lugar, debemos concebir el temor (de Dios) y apartar la presunción. Porque aun cuando Cristo haya padecido por los pecadores y descendido a los infiernos, sin embargo no liberó a todos, sino tan sólo a los que estaban sin pecado mortal.
En tercer lugar, debemos estar alertas. Precisamente porque Cristo descendió a los infiernos por nuestra salvación, nosotros debemos preocuparnos por descender allí frecuentemente considerando ciertamente las penas aquellas.
En cuarto lugar, de esto resulta para nosotros un ejemplo de amor. En efecto, Cristo bajó a los infiernos para liberar a los suyos, y por lo tanto nosotros debemos descender allí (en espíritu) para ayudar a los nuestros. Pues ellos nada pueden, por lo cual debemos ayudar a los que están en el purgatorio. Demasiado cruel sería quien no ayudara a un ser querido que estuviese en una cárcel terrena. Así es que no habiendo ninguna comparación de las penas de este mundo con aquéllas, mucho más cruel es el que no le ayuda al amigo que está en el purgatorio.
Como dice San Agustín, se les ayuda principalmente de tres maneras, a saber, con misas, con oraciones y con limosnas. San Gregorio agrega una cuarta manera: el ayuno. Ni hay de qué admirarse, porque aun en este mundo, el amigo puede satisfacer por el amigo.

viernes, 2 de agosto de 2019

La verdadera victoria

En la liturgia de hoy, sábado 3 de agosto, vemos un contraste.
Por una parte el Cántico de Moisés que rezamos en laudes señala una gran victoria: “Cantaré al Señor, sublime es su victoria, caballos y carros ha arrojado en el mar. Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación”.
Por otra parte el martirio de San Juan Bautista que se lee en el evangelio suena a derrota. Dios rescató al pueblo judío, pero no lo rescató a Juan: “El rey se entristeció, pero a causa de su juramento y por los convidados, ordenó que se la dieran y mandó decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue llevada sobre una bandeja y entregada a la joven, y esta la presentó a su madre. Los discípulos de Juan recogieron el cadáver, lo sepultaron y después fueron a informar a Jesús”.
¿Hay contradicción entre estos textos? No. Ya que en realidad la victoria a la cual alude el Cántico de Moises trasciende el hecho del mar Rojo y se abre a una visión trascendente.
En efecto, el cántico dice: “... guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado, los llevaste con tu poder hasta tu santa morada”.
¿A qué morada hace referencia? Tal vez en primera instancia a la Tierra Prometida; pero indudablemente también hace referencia al cielo; y a esto principalmente.
Así lo comenta San Juan Pablo II: “El cántico no habla sólo de la liberación obtenida; indica también su finalidad positiva, la cual no es más que el ingreso en la morada de Dios, para vivir en comunión con él: «Guiaste con misericordia a tu pueblo rescatado; los llevaste con tu poder hasta tu santa morada» (Ex 15,3). Así comprendido, este acontecimiento no sólo estuvo en la base de la alianza entre Dios y su pueblo, sino que se convirtió también en un «símbolo» de toda la historia de la salvación. Muchas otras veces Israel experimentará situaciones análogas, y el Éxodo se volverá a actualizar puntualmente. De modo especial aquel acontecimiento prefigura la gran liberación que Cristo realizará con su muerte y resurrección”. (Audiencia 21/11/2001).
Por consiguiente, ante nuestras tribulaciones, ante nuestras tentaciones, ante nuestras debilidades, ante todas esas cosas que representan nuestro Mar Rojo, tenemos que saber que el poder de Dios puede liberarnos y llevarnos a su morada.
Le pedimos esta gracia a la Virgen.
Padre Pablo Rossi, IVE

En vos confío

Tres ideas y una aplicación

1) Primera idea: Dios no eligió un pueblo, sino que se creó un pueblo. De hecho el pueblo de Israel no existía cuando  Dios llamó a Abraham. Dios, a partir de Abraham, se forma su pueblo.

2) Segunda idea: Lo mismo pasa con nosotros: cuando Dios nos elige nos recrea. Así dice el salmo: "¡Oh Dios!, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme".

3) Tercera idea: Es necesario dejarnos recrear por Él. Poner nuestra vida en sus manos. Por eso Jesús pide la fe en Él para hacer milagros en nosotros. El evangelio de hoy dice: “no hizo allí muchos milagros, a causa de la falta de fe de esa gente".

Aplicación: Muchas veces, viendo nuestros pecados y nuestras debilidades, no tenemos fe en el poder de Jesús. Decimos: “la santidad no es para mí”. Nos cerramos de ese modo a su obrar creador en nuestras almas.

Pidamos perdón; arrepintámonos de nuestros pecados; entreguémosle toda nuestra vida y Él creará en nosotros un corazón nuevo.

Hoy, día del Sagrado Corazón, recordemos cómo dice el canto:

Aunque sienta venir la desconfianza
y os obligue a mirarme  con desvío
no será confundida  mi esperanza
¡Sagrado Corazón en vos confío¡
Padre Pablo Rossi, IVE

miércoles, 3 de julio de 2019

Aceptar la Voluntad de Dios

Aristóteles decía que el estado natural de un cuerpo es el reposo.
No es el momento de dar una clase de filosofía de las ciencias para demostrar que lo de Arsitóteles es correcto, más allá de lo que dice la primera ley de Newton: "un objeto permanece en reposo o con movimiento rectilíneo uniforme al menos que sobre él actúe una fuerza externa".
Volvamos entonces a Aristóteles: el estado natural es el reposo; o podríamos decir: el equilibrio.
Esto tiene aplicación en el plano espiritual. El espíritu necesita estar en equilibrio, en reposo, en serenidad, en paz... si no está en ese estado, hace lo que puede para conseguirlo.

En concreto:
Ante una situación dolorosa, que no nos gusta... (la muerte de un ser querido, por ejemplo...) se provoca una situación de desequilibrio espiritual, (podemos llamarla angustia), que debe de alguna manera superarse.
¿Cómo se supera?
Posibilidades:
1. Evasivamente. Uno puede evadir la situación dolorosa por alguna técnica, por ejemplo el uso de drogas o alcohol; o meramente con el paso del tiempo, dejando que eso se olvide o pase a un segundo plano casi olvidado.
Un modo de evasión parecen ser las técnicas de meditación oriental que pretenden alcanzar el Nirvana o estado de liberación.
2. Otro modo de querer tender a ese equilibrio es mediante la lucha o la queja, o la rebeldía. Revelarse contra Dios o contra todo.
3. El tercer modo, el auténtico, es la aceptación de la fe, gracias a la cual uno acepta la situación como fruto de la bondad de Dios, según aquello de que "todo sucede para el bien de los que aman a Dios".
Es el modo válido y auténtico, pero es el más difícil; porque consiste en ponerse en manos de otro. Es como un aumentar el desequilibrio de modo tal que se lo recupera. Perdí, por ejemplo, una cosas que quería, pero por la fe le entrego todo a Dios.

--------
Es evidente que este trabajo de aceptación se verifica solo ante la prueba.
¿Esa aceptación es constitutiva del acto de fe? ¿Se puede hacer un acto de fe sin estar en una situación de prueba?
Sí; pero indudablemente la fe probada es una fe más profunda.
Yo puedo creer que todo sucede para el bien de los que aman a Dios cuando no me pasa nada malo; pero si me pasa algo malo y sigo creyéndolo, este nuevo acto de fe será mucho más grande.
Y esto es así porque la fe será más grande cuando el equilibrio o aceptación interior que deba lograr sea mayor.
-----------
Finalmente: ese equilibrio que debe conseguir el acto de fe no siempre está dado por una situación dolorosa.
Puede ser una inquietud no resuelta, pero que realmente me desequilibra.... (El sentido de la vida, por ejemplo).
En el caso de Santo Tomás Apóstol, hay una mezcla de cosas. Está el dolor de la muerte de Jesús, la inquietud provocada por el testimonio de sus amigos...  Su situación es de desequilibrio. Y el modo de conseguir el equilibrio es entregarse totalmente a Dios; pero él se niega. Lo hará más adelante, cuando la prueba se haya disminuido por tener el testimonio de la presencia sensible de Jesús. Terminará haciendo un acto de fe, pero menor. "Tú has creído Tomás porque has visto... felices los que crean sin haber visto".
----------
Si queremos crecer en nuestra entrega a Dios debemos querer crecer en la fe; y para crecer en la fe es necesario ser probados en las tribulaciones.
Pidamos entonces no una vida sin tribulaciones, sin desequilibrios.... pidamos sí la fuerza de la fe para poder superarlas.
Padre Pablo Rossi, IVE

miércoles, 26 de junio de 2019

Elegir con la razón

Jesús dijo a sus discípulos (Mt 7,15):
Tengan cuidado de los falsos profetas, que se presentan cubiertos con pieles de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces. Por sus frutos los reconocerán. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos o higos de los cardos? Así, todo árbol bueno produce frutos buenos y todo árbol malo produce frutos malos. Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo, producir frutos buenos.
Al árbol que no produce frutos buenos se lo corta y se lo arroja al fuego. Por sus frutos, entonces, ustedes los reconocerán.

......
Tengo dos amigos. Uno es super simpático; el otro es apático. Con el primero la paso muy bien; el segundo es aburrido. Siempre que me siento solo, llamo al primero para divertirme. Me siento bien con él. Es el amigo que quiero. Al segundo ni se me ocurre llamarlo.

De repente me surge una necesidad. Necesito alguien que me ayude. Llamo al primer amigo y me dice que no tiene tiempo. Llamo al segundo porque estoy desesperado… me atiende amablemente; deja todo lo que está haciendo; gasta su tiempo por mí.

Descubrí al verdadero amigo. Razoné y me di cuenta cuál de los dos es el que vale la pena. Ahora ya no llamo más al simpático; llamo al que realmente me quiere.

….

Del ejemplo apenas relatado se pueden sacar dos enseñanzas.

1) El verdadero amigo es el que realmente me ayuda. Cuidado con los falsos amigos, que hablan, pero traicionan.

2) El verdadero amigo se descubre con la razón, y no con los sentimientos. Cuidado de elegir las cosas sentimentalmente. Los sentimientos pueden traicionar. Hay que elegir con la razón; buscando con ella los frutos que indican cuáles son los buenos árboles.
Padre Pablo Rossi, IVE

jueves, 20 de junio de 2019

Padre Nuestro

El evangelio de hoy habla de la oración del Padre Nuestro. Hagamos algunos comentarios siguiendo a dos maestros de espiritualidad:

I)

Ayer, en el rezo de laúdes, recitamos el salmo 85.

Inclina tu oído, Señor; escúchame,
que soy un pobre desamparado;
protege mi vida, que soy un fiel tuyo;
salva a tu siervo, que confía en ti.

Tú eres mi Dios, piedad de mí, Señor,
que a ti te estoy llamando todo el día;
alegra el alma de tu siervo,
pues levanto mi alma hacia ti;

porque tú, Señor, eres bueno y clemente,
rico en misericordia con los que te invocan.
Señor, escucha mi oración
atiende a la voz de mi súplica.

En el día del peligro te llamo,
y tú me escuchas.
No tienes igual entre los dioses, Señor,
ni hay obras como las tuyas.

Todos los pueblos vendrán
a postrarse en tu presencia, Señor;
bendecirán tu nombre:
«Grande eres tú, y haces maravillas;
tú eres el único Dios».

Enséñame, Señor, tu camino,
para que siga tu verdad;
mantén mi corazón entero
en el temor de tu nombre.

Te alabaré de todo corazón, Dios mío;
daré gloria a tu nombre por siempre,
por tu grande piedad para conmigo,
porque me salvaste del abismo profundo.

Dios mío, unos soberbios se levantan contra mí,
una banda de insolentes atenta contra mi vida,
sin tenerte en cuenta a ti.

Pero tú, Señor, Dios clemente y misericordioso,
lento a la cólera, rico en piedad y leal,
mírame, ten compasión de mí.

Da fuerza a tu siervo,
salva al hijo de tu esclava;
dame una señal propicia,
que la vean mis adversarios y se avergüencen,
porque tú, Señor, me ayudas y consuelas.

-------
Se trata evidentemente de un salmo de súplica:

Inclina tu oído, escúchame, soy un pobre desamparado, protege mi vida, salva a tu siervo, piedad de mí, Señor, te estoy llamando todo el día, escucha mi oración,
atiende a la voz de mi súplica". "Mírame, ten compasión de mí. Da fuerza a tu siervo, salva al hijo de tu esclava".

--------------
Es un salmo comentado por San Juan Pablo II:
Dice así el papa santo:
“El salmo 85, que se acaba de proclamar nos brinda una sugestiva definición del orante. Se presenta a Dios con estas palabras:  soy "tu siervo" e "hijo de tu esclava" (v. 16). Desde luego, la expresión puede pertenecer al lenguaje de las ceremonias de corte, pero también se usaba para indicar al siervo adoptado como hijo por el jefe de una familia o de una tribu. Desde esta perspectiva, el salmista, que se define también "fiel" del Señor (cf. v. 2), se siente unido a Dios por un vínculo no sólo de obediencia, sino también de familiaridad y comunión. Por eso, su súplica está totalmente impregnada de abandono confiado y esperanza”.

Se trata entonces de que por ser hijos adoptivos de Dios le pedimos todo con confianza. De ahí que las palabras del Padre Nuestro comiencen afirmando nuestro filiación: “Padre Nuestro”.

II)

Lo segundo que podemos considerar es que nuestro Padre, al cual le pedimos las cosas, está en el cielo.
Así comenta Santa Teresa:
“Entender qué cosa es el lugar adonde dice que está su Padre, que es en los cielos! Salgamos de la tierra, hijas mías, que tal merced como ésta no es razón se tenga en tan poco, que después que entendamos cuán grande es, nos quedemos en la tierra”.
¡Nuestro Padre, que es Padre y que nos cuida y nos cura, está en el cielo! ¿Cómo vamos a querer permanecer en la tierra? Pongamos en el cielo nuestro anhelo.

III)

Finalmente: “venga tu reino”
Santa Teresa entiende que acá se le pide que nosotros estemos ya desde ahora en el reino de los cielos. Y explica la Santa:
“Ahora, pues, el gran bien que me parece a mí hay en el reino del cielo es ya no tener cuenta con cosa de la tierra, sino un sosiego y gloria en sí mismos, un alegrarse que se alegren todos, una paz perpetua, una satisfacción grande en sí mismos, que les viene de ver que todos santifican y alaban al Señor y bendicen su nombre y no le ofende nadie. Todos le aman, y la misma alma no entiende en otra cosa sino en amarle ni puede dejarle de amar, porque le conoce. Y así le amaríamos acá … mas muy de otra manera le amaríamos de lo que le amamos, si le conociésemos”.
¿Pedimos mucho en el Padre Nuestro cuando pedimos “Venga a nosotros tu reino? Sí.
Explica la Santa:
“Parece que voy a decir que hemos de ser ángeles para pedir esta petición y rezar bien vocalmente. Bien lo quisiera nuestro divino Maestro, pues tan alta petición nos manda pedir, y a buen seguro que no nos dice pidamos cosas imposibles”
Concluye entonces la Santa que el que reza bien el Padre Nuestro consigue esta petición; y si no la conseguimos, es que no rezamos bien el Padre Nuestro, seguramente impedidos por una vida mediocre.
Así dice la Santa:
“Perdonadme que lo quiero decir, porque sé que muchas personas, rezando vocalmente las levanta Dios a subida contemplación.
“Conozco una persona que nunca pudo tener sino oración vocal y, asida a ésta, lo tenía todo… Vino una vez a mí muy congojada, que no sabía tener oración mental ni podía contemplar, sino rezar vocalmente. Le pregunté qué rezaba; y vi que, asida al Paternóster, tenía pura contemplación y la levantaba el Señor a juntarla consigo en unión; y bien se parecía en sus obras recibir tan grandes mercedes, porque gastaba muy bien su vida. Así, alabé al Señor y hube envidia [de] su oración vocal”.

Pidamos entonces aprender a rezar bien el PadreNuestro. Que lo recemos bien y que tengamos como absoluta norma de vida. Y demos por descontado que si así hacemos, Dios nos concederá lo que en él pedimos, y nos uniremos de tal modo a Dios que viviremos un cielo anticipado en esta tierra.

Que la Virgen nos conceda esta gracia.

Padre Pablo Rossi, IVE

miércoles, 5 de junio de 2019

Estamos en el mundo, pero no somos del mundo

Dos cosas queremos hacer notar del evangelio de hoy (Jn 17, 11b-19)
En primer lugar, el odio del mundo a los cristianos.
Así dice Jesús: “Yo les comuniqué tu palabra, y el mundo los odió porque ellos no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo”.
La Palabra ilumina y el mundo la odia, porque la Palabra ilumina el mal que el mundo hace.
Así dice el Prólogo de San Juan:
“La Palabra era la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba, y el mundo fue hecho por ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron”.
El papa Francisco también afirma: “El mundo odia a los cristianos por la misma razón por la que odió a Jesús, porque Él trajo la luz de Dios y el mundo prefiere las tinieblas para ocultar sus obras malas”.
Jesús es luz y nosotros somos luz si obramos como Jesús. ¿Que quiere decir que somos luz? Que nuestro modo de obrar muestra por contraste la maldad del mundo. Y como el mundo ve en nosotros una acusación viviente, nos odia. Tratan de calumniarnos y en el futuro, tal vez no muy lejano, nos matarán.
Es tan así que vivir en el mundo es peligroso.
Dice Jesús: “No te pido que los saques del mundo, sino que los preserves del Maligno”. El Maligno quiere destruirnos mientras estamos en el mundo sin ser del mundo.
Fíjense estas palabras de Jesús: “Mientras estaba con ellos, cuidaba en tu Nombre a los que me diste; yo los protegía y no se perdió ninguno de ellos, excepto el que debía perderse, para que se cumpliera la Escritura”.
Judas cayó; pero si no hubiese sido por la protección de Jesús, hubiesen caído también los otros apóstoles.
Así de difícil es nuestra vida en el mundo; sin la protección de Jesús y la Virgen, no podríamos conservar nuestra fe.
Que Jesús y la Virgen nos protejan.
Padre Pablo Rossi, IVE

miércoles, 10 de abril de 2019

Conoceréis la verdad

En el evangelio de hoy Jesús nos dice:
 «Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderamente mis discípulos: conocerán la verdad y la verdad los hará libres».
Para conocer la Verdad se necesita entonces una actitud interior: la fidelidad.
Se trata de la Verdad sobrenatural que se conoce por la Fe sobrenatural.
No es suficiente entonces que nos propongan la Verdad para que tengamos Fe en esa Verdad, sino que es necesario también una actitud interior para que esa Verdad propuesta e inalcanzable sea aceptada como verdadera.
Pero recién cuando se la acepta se la empieza a conocer de un modo nuevo, porque el verdadero conocimiento es fruto del acto de Fe, y no previo al mismo. Por eso Jesús presenta el conocimiento de la Verdad como un fruto de la actitud interior.
Se deduce entonces que si bien la propuesta que se hace al que tiene Fe es la misma que la que se hace al que no tiene; igualmente el conocimiento que alcanzan es totalmente distinto. El que no tiene fe no comprende lo que comprende el que sí la tiene.
Por ejemplo; a dos personas se les propone esta verdad: “Jesús te salvó muriendo en la cruz”. Ambos la entienden, pero uno la cree y el otro no. El que hace el acto de fe empieza a ver esa verdad de un modo nuevo, totalmente superior a la visión que de esa verdad se tiene en el momento de la mera propuesta.
Este nuevo conocimiento, dice Jesús, nos hace libres; ya que el fruto de esa actitud, y el premio de la misma que es la Fe eficaz, trae como consecuencia la liberación del pecado.
Veamos para concluir un texto de San Agustín que comenta el evangelio de hoy:
"Como diciendo Jesús: 'Así como ahora creéis, perseverando veréis'. No creyeron porque habían comprendido, sino que creyeron para comprender".
Se ve claramente que hay un conocimiento previo a la fe que te lleva a hacer el acto de fe si está bien predispuesto; pero una vez hecho el acto de fe, se conoce más todavía.
Es este segundo conocimiento, posterior al acto de fe, el que nos hace libres, porque nos une a Cristo y por eso nos libera del pecado.
Tenemos pues que examinarnos en la Fe.
Probablemente hayamos recibido la propuesta, pero no la hemos realmente aceptado totalmente como para que tenga un influjo real en nuestras vidas. Y si este es nuestro estado lo comprobaremos porque todavía no hemos comprendido mucho más de lo que la mera propuesta nos dice; y todavía no hemos llegado a la verdadera libertad de los hijos de Dios.

miércoles, 6 de marzo de 2019

Penitencia auténtica

Toda la biografía de Jesús de Nazareth como hombre se puede resumir en esta fórmula: “Fue el Mesías y luchó contra los Fariseos” —o quizá más brevemente todavía: “Luchó contra los Fariseos.”
Ese fue el trabajo que personalmente se asignó Cristo: su campaña.
Todas las biografías de Cristo que conocemos construyen su vida sobre otra fórmula: “Fue el Hijo de Dios, predicó el Reino de Dios y confirmó su prédica con milagros y profecías...” Sí; pero ¿y su muerte? Esta fórmula amputa su muerte, que fue el acto más importante de su vida.
Son biografías más apologéticas que biográficas; Luis Veuillot, Grandmaison, Ricciotti, Lebreton, Papini, Mauriac...
El drama de Cristo queda así escamoteado. La vida de Cristo no fue un idilio ni una elegía sino un drama: no hay drama sin antagonista. El antagonista de Cristo, en apariencia vencedor, fue el fariseísmo (…).
Sin el fariseísmo, Cristo no hubiera muerto en la cruz (…). El fariseísmo es el gusano de la religión; y después de la caída del Primer Hombre es un gusano ineludible, pues no hay en esta mortal vida, fruta sin su gusano, ni institución sin su corrupción específica.
Es la soberbia religiosa: es la corrupción más sutil y peligrosa de la verdad más grande: la verdad de que los valores religiosos son los primeros. Pero en el momento en que nos los adjudicamos, los perdemos; en el momento en que hacemos nuestro lo que es de Dios, deja de ser de nadie, si es que no deviene propiedad del diablo. El gesto religioso, cuando se toma conciencia de él, se vuelve mueca. Los grandes gestos de los santos no son autoconscientes, es decir, son auténticos, es decir, son divinos: “padecen a Dios” y obran en cierto modo como divinos autómatas, como obran los enamorados; sin “autosentirse”; como dicen ahora.
Entiéndanme: no les niego la libertad ni la conciencia ni la reflexión; establezco simplemente “la primacía del objeto”, que en lo religioso “es un objeto trascendente”.

(Hasta acá, todo de Castellani, en “Cristo y los Fariseos”).

Agreguemos nosotros un pequeño comentario.
Hoy, miércoles de ceniza, el evangelio nos pide hacer penitencia de verdad, no actuada. Dice así: “Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará”.
Hagamos entonces penitencia, y mucha. Pero motivada por amor a Dios y dolor de los pecados; y no para engañar o engañarnos.
El que hace penitencia sin verdadera humildad termina creyendo que su salvación depende solo de sus fuerzas, se hace “atrevido de Dios”, como dice San Juan de la Cruz, y termina oponiéndose al Evangelio, como hicieron los fariseos.
Padre Pablo Rossi, IVE

lunes, 21 de enero de 2019

Santa Inés

Hoy es Santa Inés. Publicamos la segunda lectura del oficio del día de hoy, tal vez una de las más lindas del breviario.

Del tratado de san Ambrosio, obispo, sobre las vírgenes
(Libro 1, cap. 2. 5. 7-9: PL 16 [edición 1845], 189-191)

NO TENÍA AÚN EDAD DE SER CONDENADA, PERO ESTABA YA MADURA PARA LA VICTORIA

Celebramos hoy el nacimiento para el cielo de una virgen, imitemos su integridad; se trata también de una mártir, ofrezcamos el sacrificio. Es el día natalicio de santa Inés. Sabemos por tradición que murió mártir a los doce años de edad. Destaca en su martirio, por una parte, la crueldad que no se detuvo ni ante una edad tan tierna; por otra, la fortaleza que infunde la fe, capaz de dar testimonio en la persona de una jovencita.
¿Es que en aquel cuerpo tan pequeño cabía herida alguna? Y, con todo, aunque en ella no encontraba la espada donde descargar su golpe, fue ella capaz de vencer a la espada. Y eso que a esta edad las niñas no pueden soportar ni la severidad del rostro de sus padres, y si distraídamente se pican con una aguja, se ponen a llorar como si se tratara de una herida.
Pero ella, impávida entre las sangrientas manos del verdugo, inalterable al ser arrastrada por pesadas y chirriantes cadenas, ofrece todo su cuerpo a la espada del enfurecido soldado, ignorante aún de lo que es la muerte, pero dispuesta a sufrirla; al ser arrastrada por la fuerza al altar idolátrico, entre las llamas tendía hacia Cristo sus manos, y así, en medio de la sacrílega hoguera, significaba con esta posición el estandarte triunfal de la victoria del Señor; intentaban aherrojar su cuello y sus manos con grilletes de hierro, pero sus miembros resultaban demasiado pequeños para quedar encerrados en ellos.
¿Una nueva clase de martirio? No tenía aún edad de ser condenada, pero estaba ya madura para la victoria; la lucha se presentaba difícil, la corona fácil; lo que parecía imposible por su poca edad lo hizo posible su virtud consumada. Una recién casada no iría al tálamo nupcial con la alegría con que iba esta doncella al lugar del suplicio, con prisa y contenta de su suerte, adornada su cabeza no con rizos, sino con el mismo Cristo, coronada no de flores, sino de virtudes.
Todos lloraban, menos ella. Todos se admiraban de que con tanta generosidad entregara una vida de la que aún no había comenzado a gozar, como si ya la hubiese vivido plenamente. Todos se asombraban de que fuera ya testigo de Cristo una niña que, por su edad, no podía aún dar testimonio de sí misma. Resultó así que fue capaz de dar fe de las cosas de Dios una niña que era incapaz legalmente de dar fe de las cosas humanas, porque el Autor de la naturaleza puede hacer que sean superadas las leyes naturales.
El verdugo hizo lo posible para aterrorizarla, para atraerla con halagos, muchos desearon casarse con ella. Pero ella dijo:
«Sería una injuria para mi Esposo esperar a ver si me gusta otro; él me ha elegido primero, él me tendrá. ¿A qué esperas, verdugo, para asestar el golpe? Perezca el cuerpo que puede ser amado con unos ojos a los que yo no quiero».
Se detuvo, oró, doblegó la cerviz. Hubieras visto cómo temblaba el verdugo, como si fuese él el condenado; como temblaba su diestra al ir a dar el golpe, cómo palidecían los rostros al ver lo que le iba a suceder a la niña, mientras ella se mantenía serena. En una sola víctima tuvo lugar un doble martirio: el de la castidad y el de la fe. Permaneció virgen y obtuvo la gloria del martirio.

martes, 1 de enero de 2019

Santa María, Madre de Dios


Sabemos que María es madre de Jesús, y como Jesús es Dios, María es madre de Dios. Por eso se la llama a la Virgen: “Theotokos”, que en griego significa: “la que ha engendrado a Dios”.
Para afirmar esto encontramos fundamentos bíblicos. La biblia no lo dice explícitamente, pero sí dice que María es la madre de Jesús y dice que Jesús es Dios.
Por ejemplo:
Jn 20,28: “Tomás le contestó: «Señor mío y Dios mío»”.
Mt 1, 22-23 dice: “La virgen concebirá y dará a luz un hijo, y le pondrán por nombre Emmanuel, que traducido significa: «Dios con nosotros»”.
Por otra parte la Iglesia ha afirmado desde muy antiguo que la Virgen es madre de Dios. "Ya en el siglo III, como se deduce de un antiguo testimonio escrito, los cristianos de Egipto se dirigían a María con esta oración: «Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios: no desoigas la oración de tus hijos necesitados; líbranos de todo peligro, oh siempre Virgen gloriosa y bendita»" (San Juan Pablo II, Cat. 27-XI-96).
Finalmente en Éfeso es declarado el dogma de modo solemne en el año 431.
En el siglo IV, antes de Éfeso, el término Theotokos ya se usa con frecuencia tanto en Oriente como en Occidente. La piedad y la teología se refieren cada vez más a menudo a ese término, que ya había entrado a formar parte del patrimonio de fe de la Iglesia.
En el Siglo V, todavía antes de Éfeso, surgen herejías en contra de este dogma.
Destaca la de Nestorio. “Al pretender considerar a María sólo como madre del hombre Jesús, sostenía que sólo era correcta doctrinalmente la expresión «Madre de Cristo». Lo que indujo a Nestorio a ese error fue la dificultad que sentía para admitir la unidad de la persona de Cristo y su interpretación errónea de la distinción entre las dos naturalezas -divina y humana- presentes en él” (Idem).
“El concilio de Éfeso, en el año 431, condenó sus tesis y, al afirmar la subsistencia de la naturaleza divina y de la naturaleza humana en la única persona del Hijo, proclamó a María Madre de Dios” (Idem).
“¿Cómo es posible que una criatura humana engendre a Dios? La respuesta de la fe de la Iglesia es clara: la maternidad divina de María se refiere solo a la generación humana del Hijo de Dios y no a su generación divina. El Hijo de Dios fue engendrado desde siempre por Dios Padre y es consustancial con él. Evidentemente, en esa generación eterna María no intervino para nada. Pero el Hijo de Dios, hace dos mil años, tomó nuestra naturaleza humana y entonces María lo concibió y lo dio a luz” (Idem).
“Así pues, al proclamar a María «Madre de Dios», la Iglesia desea afirmar que ella es la «Madre del Verbo encarnado, que es Dios». Su maternidad, por tanto, no atañe a toda la Trinidad, sino únicamente a la segunda Persona, al Hijo, que, al encarnarse, tomó de ella la naturaleza humana” (Idem).
“La maternidad es una relación entre persona y persona: una madre no es madre sólo del cuerpo o de la criatura física que sale de su seno, sino de la persona que engendra. Por ello, María al haber engendrado según la naturaleza humana a la persona de Jesús, que es persona divina, es Madre de Dios” (Idem).
“Cuando proclama a María «Madre de Dios», la Iglesia profesa con una única expresión su fe en el Hijo y en la Madre” (Idem).
Que la Virgen María sea Madre de Dios quiere decir que engendra a Dios en la historia, siendo así origen de una tal presencia de Dios en nosotros, necesaria, por designo divino, para nuestra salvación.
Dios podría “relacionarse” con nosotros de otros modos; pero por designo divino no hay otro modo de salvarse si no es por Cristo (“Yo soy el camino”). La salvación debe venir, sí o sí, por Dios encarnado. Y la presencia de Dios encarnado tiene origen en María. Por eso María es origen de nuestra salvación.
De más está decir la necesidad de tenerle a la Virgen una enorme devoción, porque sólo por ella nos llega a nosotros el Salvador del mundo, el Dios hecho hombre nacido de Ella.
Padre Pablo Rossi, IVE