Fin del Hombre[1]
Quisiera comenzar con una historia: Salgo un día de la parroquia y me
encuentro en la calle un hombre de avanzada edad. El anciano camina dubitativo,
como perdido, mira desconcertado los números de las casas, busca el nombre de
las calles, y cuánto más busca, más se angustia. Me acerco y le pregunto:
“Abuelo, ¿lo puedo ayudar? ¿qué está buscando?” Me responde: “no lo sé.” Le
vuelvo a preguntar: “Abuelo, ¿A dónde quiere ir usted?” Me responde impaciente:
“¡no lo sé!” Abuelo: “¿de dónde viene usted?” Me dice con cierta desesperación:
“¡Tampoco lo sé!” Gracias a Dios, a media cuadra tenemos la policía, así que
llevo al abuelito a la policía, y allí logran identificarlo. Inmediatamente llaman
a los familiares, y ellos, aliviados con la noticia que se encontró el abuelo
que estaba perdido, llegan pocos minutos después. El abuelo vivía a pocas
cuadras de la parroquia. Esta historia inventada tiene un final feliz. Pero hay
otras historias que son reales, y con un drama aún mayor, puesto que se trata
de la pérdida del sentido de la vida, las cuales, muchas veces no tienen final
feliz, ya que hay pocos o nadie que guía a los extraviados a encontrar el rumbo de la vida.
La vida es como un viaje, y todo viaje está determinado por el rumbo. En
terminal de ómnibus hay muchos micros estacionados. Pero no da lo mismo subirse
a cualquiera, unos van al norte, otros van al sur, otros van al oeste. Algunos
van más rápido, por la autopista, otros más despacio, los micros lecheros. Subirse desesperadamente a cualquier micro puede
ser la causa de que pierda el que verdaderamente me llevaba a mi destino. Por
tanto, en un viaje, el rumbo marca todas las otras decisiones. En el
viaje de nuestra vida, el fin que yo persigo es lo que marca todo lo que
rechazo o elijo, y responde a las preguntas: “¿Cuál es el sentido de vida?
¿Cuál es la razón última de todas mis decisiones?” En definitiva, lo que se
llama “el fin del hombre”, y éste es
el tema de nuestra predicación. Conocemos algunas respuestas a esta pregunta: algunos
tienen como ideal pasarla bien; otros acumular poder; otros acumular
saber…Algunos no se limitan a un rubro, sino que son como migrantes
espirituales de experiencias pasajeras: pasan del mundo del alcohol, al mundo
de la droga; del mundo del deporte, al mundo de la fama; del mundo del
espectáculo, al mundo de la política; entre tanto, cruzan una y otra vez
fronteras espirituales donde reciben más daño que bienes, mendigos de todos los
continentes, que no encuentran casa en ninguno de ellos. Estos “migrantes
espirituales”, son más dignos de lástima que los migrantes materiales, con todo
lo terrible que es aquella otra realidad. Pues son gente que vive en un
continuo descontento existencial. Y es por eso que estos jóvenes de nuestra
parroquia han sacrificado parte de sus vacaciones para ir hasta esas
“fronteras” donde hay muchos que han perdido el rumbo de la vida ¿Cómo ayudar a
una persona a recuperar el sentido de la
vida? Para esto, es necesario recordarle tres cosas:
1. El punto de partida: ¿de dónde
viene?
2. El punto de llegada: ¿hacia dónde
va?
3. El camino que se debe recorrer:
¿cómo llegar hasta allí?
1º punto: Comencemos con el punto de partida. Hay cosas que nos definen más que
otras. Generalmente, las cosas más esenciales que definen nuestra vida son
cosas que nosotros no hemos elegido, sino que recibimos como don. Ninguno de
nosotros eligió ser, ninguno eligió ser humano. Otro eligió a favor mío, y
ese otro es Dios. Como Él nos dice por el profeta Jeremías: “antes de haberte formado yo en el vientre,
te conocía; antes que nacieses, te había consagrado yo profeta; te tenía
destinado a las naciones” (Jer 1:5). Debemos tomar en serio esta verdad. Mi
vida procede de Dios, yo dependo de Dios. Querer llevar adelante un proyecto de vida
sin tener en cuenta esto, es como querer construir una casa sin fundamentos:
tarde o temprano se desmorona. Un famoso siquiatra austríaco llamado Víctor
Frankl (1905-1997) escribió: “El que no
cree en Dios, es capaz de creer en cualquier cosa. Los clientes de los
siquiatras no sufren hoy tanto de complejos de inferioridad o de otros
complejos, sino, sobre todo, de falta de
sentido de la vida, tienen un vacío
existencial profundo. Las personas que se alejan de Dios y de la religión,
buscan con particular ahínco el placer y las diversiones, porque su vida ha
quedado vacía y sin sentido.”[2]
Por tanto, primera verdad, vengo de Dios.
2º punto: El puerto de
término. ¿Hacia dónde voy? ¡El término de mi vida también es Dios! Es lo que
enseña San Ignacio: “El hombre es creado
para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto
salvar su alma.” Y antes que él lo decía el gran San Agustín en una frase
que se hizo famosa: “Nos creaste, Señor,
para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti.” Observamos
en el mundo que nos rodea, que las creaturas se mueven buscando alcanzar una
perfección, y una vez que alcanzan aquello que las perfecciona, reposan. Lo vemos esto particularmente en los
animales, que mientras quieren obtener algo están muy activos, pero cuando ya
lo obtuvieron, simplemente descansan. Pero el hombre no obtiene un descanso
total en ninguna cosa de este mundo, todo lo contrario, cuanto más quiere poner
su descanso en una cosa, más se estresa. Y es que el hombre ha sido creado para
Dios, y mientras no oriente todas sus actividades hacia el Creador, no podrá
encontrar reposo. “Pensemos en un río. Si le quitan las riberas, que controlan su cauce,
destruirá todo lo que encuentre a su paso y terminará en pantano sin llegar
jamás a la meta. Y, en vez de ser útil, se convertirá en destructor. Eso les
pasa a muchos hombres que, al perder el control de su vida y suprimir todas las
barreras, se hacen inútiles y destructores para los demás por su egoísmo y
violencia. Nunca llegarán a la meta, que es Dios.” (P. Ángel Peña)
3º punto: Tengo los dos
puntos que necesitaba, el punto de salida, y el punto de arribo de mi vida.
Ahora bien, ¿por dónde he de enderezar mi vida para llegar a buen término? ¿Cuál
es el cauce por el que debo andar? ¿Cuál es el camino? Para llegar a buen
término, el camino que es la voluntad de Dios, puesto mientras cuando cumplo la
voluntad de Dios me acerco a Él. Todo el
trabajo de la vida consiste en esto: en trabajar por conocer la voluntad
concreta de Dios sobre mi vida y en ponerla en práctica. Y para que esta
voluntad no sea algo teórico o abstracto Dios mismo se encarnó, se hizo camino,
para que yo tenga la claridad y la fuerza necesaria para ir hasta Él. Como
decía San Agustín: “Cristo te conduce a
Él mismo…No te diré, por tanto: "busca el camino". El camino mismo es
quien viene a ti. ¡Levántate anda! Anda con la conducta, no con los pies.
(Serm. 141, 4) Nuestro Camino quiere
caminantes. A tres clases de hombres aborrece: al que está quieto, al que
retrocede, al que anda fuera de Él.” (Serm. 141, 4, 4). Y Santo Tomás completa
esta idea diciendo: “es mejor caer en el
camino que correr fuera de él. Porque quien cae en el camino, por poco que
avance, algo se acerca a la meta; pero quien en cambio anda fuera de él, cuanto
más corra, más se aleja del término” (Com. Evang. S. Juan, 14). ¡Qué dolor
siente Jesús cuando despreciamos su guía segura y su amable compañía! Por eso,
al final estar reflexiones sobre el fin del hombre, meditemos en silencio las
sentidas palabras que un artista puso sobre un crucifijo flamenco del año 1632:
Yo soy la luz, y no me miráis.
Yo soy el camino, y no me seguís.
Yo soy la verdad, y no me creéis.
Yo soy la vida, y no me buscáis.
Yo soy el Señor, y no me obedecéis.
Yo soy vuestro Dios, y no me rezáis.
Yo soy vuestro mejor amigo, y no me amáis.
Si no sois felices...no me
culpéis.
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